Mientras que en el campo el patrimonio arquitectónico igual lo es paisajístico, en las ciudades sólo lo es ocasionalmente, pero en ellas siempre es al mismo tiempo un patrimonio urbano. En ellas conforman hitos urbanos que identifican los sectores de la ciudad, o que son su símbolo: monumentos proyectados con ese propósito, como lo eran antes tumbas, templos o palacios, y ahora los rascacielos.
Patrimonio
que suele ser percibido de diversas maneras, ya sea como imagen, referencia o
lugar de una actividad, pero que por lo regular es visto simultáneamente de las
tres maneras, aún cuando una puede ser la predominante. Eso es, precisamente,
lo que no hay que olvidar cuando se los interviene: poder decidir acertadamente
qué se conserva o se renueva o se cambia o se elimina.
Su
área de influencia está reglamentada, lo que limita los usos del suelo, y estos
a su vez definen el comportamiento de los que circulan por sus calles. Por eso
es preciso que los propietarios y habitantes de las construcciones vecinas
entiendan que estas pasan a ser parte de ese patrimonio, y que los automóviles lo
perturban, sobre todo al estacionarse frente a la construcción patrimonial
misma.
Y
que todo lo que se construye a su alrededor afecta su imagen, llegando incluso
a ocultarla, pero que, por otro lado, los cambios en un bien patrimonial a su
vez afectan el uso del suelo de los predios vecinos y su valor comercial. Es lo
que sus propietarios no suelen tener en consideración, y por eso no se involucran en la conservación del
patrimonio de su ciudad y de su barrio... y el suyo!.
Pero
los cambios de uso muchas veces son indispensables para poder conservar el
patrimonio arquitectónico, incluyendo algunos drásticos, pero pertinentes,
principalmente en su uso. Mas no lo deben ser en su aspecto, salvo que sean
ineludibles, pues pueden alterarlo y acabar con su carácter cultural, afectando
su valor comercial, o volverlo un simple y soso objeto turístico.
El patrimonio arquitectónico siempre está en permanente evolución y no siempre esta es lenta, pero no se lo debe confundir con un monumento, los que sí se deben conservar sin casi cambios. Otra cosa es que sean monumentales, pero lo son más por su belleza y tamaño que por su significado, lo que si es más dable encontrar en el patrimonio urbano, como en una plaza o una avenida.
Para
poder conservar las construcciones de valor patrimonial, estas deben tener un uso
económicamente rentable que lo permita, y como su aspecto turístico siempre
estará presente este debe ser aprovechado. Pero si son solo para el turismo, su
simbolismo, historia, carácter, belleza o tamaño, deben ser importantes, pero mejor
si están acompañadas de otros usos complementarios.
Todo
los puntos anteriores son los que hay que hay que considerar al intervenir en cualquier
patrimonio arquitectónico. Por eso hay que comenzar por analizar las normas de
conservación vigentes y cómo lo afectan, para proceder a interpretarlas,
inteligente y creativamente, para darle más valor cultural y por lo tanto
económico, no irrespetándolas para transformarlo torpe o codiciosamente.
Igual
sucede con el conjunto de construcciones que conforman un barrio de
conservación patrimonial; pero en este caso lo que importa es su suma,
independientemente del valor de cada una. Son las calles que lo conforman las
que le dan su carácter patrimonial, y no apenas los casos individuales
relevantes que también se encuentren en él, aunque sí lo pueden fortalecer.
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